Un retrato sin edulcorantes pero con la magia que otorga la mirada pausada y reflexiva, la búsqueda de lo bello en lo cotidiano y lo decadente. Anthony Hernandez supo plasmar con su cámara desde muy temprano la combinación de belleza y brutalidad de Los Ángeles, el lugar que lo vio nacer y crecer. Retratos que, como bien describía él mismo, podrían resumirse en “una mirada muy dura” sobre su ciudad.
Hernandez desarrolló pronto la capacidad de observar, de saber mirar más allá de la superficie. De pequeño eludía coger el autobús escolar y caminaba al colegio, disfrutando con los detalles y las escenas de la rutina que lo rodeaba. Un observador de las calles que le vieron nacer que juega con la ventaja de quien conoce el lugar donde ha crecido y lo combina con la sorpresa de quien vuelve al sitio que cree su hogar para descubrir que todo ha cambiado o, al menos, formalmente si se mira con detenimiento.
Hijo de inmigrantes mexicanos, la obra de Hernandez está marcada por su condición de extraño en un país que no es el propio: su abuela nunca llegó a hablar inglés y era reacia a salir de la que era su nueva casa una vez terminaron de mudarse en un barrio empobrecido de la periferia. Su entorno le llevó a escapar de su realidad –o integrarse en la misma- perteneciendo a una banda urbana. Hernandez formaba parte de un sueño americano frustrado e irreal, no dirigido a los inmigrantes, las clases populares ni a cualquiera que no fuera blanco y pudiente. Los mismos que dinamizan la urbe, la mantienen y forman parte de ella; los mismos que más tarde serían los protagonistas de sus instantáneas.
Envuelto en un ambiente de delincuencia y escapismo químico, una rifa fue el golpe de suerte que Hernandez necesitaba para desarrollar su talento y dejar atrás un destino que parecía predestinado en la urbe norteamericana, donde las aspiraciones son un privilegio que pueden permitirse unos pocos.
Gracias a un manual de fotografía que le regaló un amigo, cambió los estupefacientes y su grupo de amigos del barrio por el obturador, el disparo y el retrato de su entorno. Desde entonces, Hernandez ha perfeccionado un estilo determinado durante sus más de 45 años de carrera y ha forjado una marca personal que se caracteriza por buscar la belleza en lo cotidiano, lo estático, lo que nos rodea, en aquello en lo que no reparamos normalmente, haciendo protagonistas a quienes pasan desapercibidos o son ignorados, invisibles para los demás.
Sin miedo a la innovación, nunca ha rehuido de los cambios técnicos y formales del oficio, pasando del blanco y negro al color, de lo analógico a lo digital, de las cámaras de 35 mm a las de gran formato y de la figura humana al paisaje y la abstracción. Decisiones con las que también cambió su forma de mirar pero que no han restado valor a su obra, sino que la dotan de dinamismo mientras preserva su esencia, el toque de Hernandez.
Una mirada desconcertante
La particular forma de mirar del fotógrafo estadounidense queda reflejada en Anthony Hernandez. Una mirada desconcertante, la primera gran retrospectiva sobre este profesional que se expone en España hasta el 12 de mayo en la Fundación MAPFRE.
La muestra recorre la prolífica carrera de Hernandez a través de más de 110 obras distribuidas en ocho secciones temáticas que se desarrollan siguiendo una secuencia cronológica mediante la que se resalta la proyección y evolución de los trabajos del fotógrafo norteamericano.
Anthony Hernandez. Una mirada desconcertante se inicia con sus primeros trabajos, con los que el público se acerca a retratos en blanco y negro que aparecen alienados, sorprendidos por el vaivén de la urbe, fotos en las que los individuos dejan de ser seres estáticos para convertirse en los sujetos de la acción, protagonistas activos, Los Ángeles en su reflejo más real y crudo.
Al pasar al formato digital, las instantáneas cambiaron de carácter, desviando su mirada a la ciudad en sí y restando protagonismo a sus habitantes, dándoselo a los edificios, las construcciones de muros brutales, con el gris como protagonista, el cemento, la brutalidad de la ciudad, hostil a las personas.
A mediados de los 80, el color es el distintivo de la exuberancia en Rode Drive, un lujo que contrasta con la serie Landscapes for the Homeless, arriesgada pero muy aplaudida por la crítica.
Y como un punto y a parte al trabajo de Hernandez, la exposición termina con una selección de sus imágenes más abstractas, presentadas en gran formato y a todo color, realizadas por el fotógrafo en distintos viajes.
En definitiva, la muestra destaca un conjunto de imágenes que guardan una sutil crítica de la sociedad contemporánea, su rapidez, el consumismo y la diferenciación de clases. Una descripción visual de la ciudad por Hernandez, quien busca los detalles en la cotidianidad: "Cuando tienes los ojos abiertos, ves la belleza en todas las cosas".
Anthony Hernandez. Forever #74, 2011 [Para siempre, nº 74]. Copia en inyección de tinta, 38 x 38 in (96,5 x 96,5 cm) San Francisco Museum of Modern Art. Adquisición del Accessions Committee Fund © Anthony Hernandez
Fotógrafo de calle
Anthony Hernandez. Santa Monica #14, 1970
[Santa Mónica, nº 14]. Copia en gelatina de plata, 11 x 14 in (27,9 x 35,6 cm)
Black Dog Collection, donación prometida al San Francisco Museum of Modern Art
© Anthony Hernandez
Con una Nikon de 35 mm como único filtro entre su mirada y la realidad, Hernandez comenzó a retratar a sus vecinos y el contexto social de su ciudad natal, Los Ángeles, mostrando a la gente y la calle por la que se mueven sin aditivos, tal y como es.
El norteamericano se forjará una identidad profesional de fotógrafo de calle, siguiendo el ejemplo de figuras como Robert Frank, Garry Winogrand y Lee Friedlander.
En su primera serie, trasladará esa aparente sencillez en el retrato a las playas urbanas, con un estilo que recuerda a los originales trabajos de Edward Neston.
La ciudad como tema
Anthony Hernandez. Automotive Landscapes #35, 1978
[Paisajes automovilísticos nº 35]. Copia en gelatina de plata, 16 x 20 in (40,6 x 50,8 cm)
Black Dog Collection, donación prometida al San Francisco Museum of Modern Art
© Anthony Hernandez
De un cambio de cámara surgió la segunda sección de la muestra: La ciudad como tema. A partir de 1978, Hernandez comenzó a usar una Deardorff de 5 x 7 pulgadas, un aparato voluminoso para el que necesitaba un trípode. Esto le restringía los movimientos y le restaba agilidad, por lo que no podía pasar desapercibido ni moverse con rapidez entre el gentío, como hacía en sus primeros años.
El resultado fue que Hernandez "se obligó" a pausar su mirada, tomando distancia con la gente y ganando tiempo para observarlas con detenimiento, como parte de un espacio urbano en el que se integraban con dificultad.
Desde este punto de partida, Hernandez hace cuatro series interrelacionadas entre 1978 y 1982: Automotive Landscapes (Paisajes automovilísticos), Public Transit Areas (Zonas de transporte público), Public Fishing Areas (Cotos públicos de pesca) y Public Use Areas (Zonas de uso público). Trabajos que plasman las diferencias de clase y las desigualdades de Los Ángeles en aquella época.
Rodeo Drive
Anthony Hernandez. Rodeo Drive #3, 1984
[Rodeo Drive nº3]. Copia en cibachrome, 16 x 20 in (40,6 x 50,8 cm)
Cortesía del artista © Anthony Hernandez
El color tiñó sus imágenes en 1984, con la serie Rodeo Drive, y desde entonces no ha abandonado la obra del norteamericano. En esta sección, la última en la que tratará a los sujetos como protagonistas de sus instantáneas, destaca la saturación, resultado de la posterior impresión en cibachrome.
Esta técnica le permite resaltar los colores vibrantes de la vestimenta de la clase pudiente y las boutiques de lujo de la comercial Beverly Hills, con un prominente dominio del rojo. Opulencia y sensualidad se entremezclan con una crítica al consumismo realizada por Hernandez, quien toma la figura de sujeto voyeur y retrata a quienes buscan ser mirados.
Road Drive es un contraste entre la pobreza que había retratado en sus primeros trabajos por la riqueza, la exuberancia y aquellos individuos pudientes que juegan a disfrutar de la ciudad y hacerla su propio escaparate, lejos de perder el tiempo en las paradas del autobús de la primera serie de Hernandez.
Ausencia y presencia
Anthony Hernandez. Angeles National Forest #3, 1988, impresión de 2016
[Bosque Nacional de Los Ángeles, nº 3]. Copia en cibachrome, 20 x 20 in (50,8 x 50,8 cm)
Cortesía del artista © Anthony Hernandez
La serie Shooting Sites (Campos de tiro) muestra un cambio en el trabajo de Hernandez, quien pasa a retratar a la figura humana a través de sus rastros, lo que dejan a su paso. Este trabajo, realizado entre 1986 y 1988, muestra los restos de la actividad de tiro al blanco llevada a cabo por aficionados en zonas a las afueras de Las Vegas y de Los Ángeles.
En Landscapes for the Homeless (Paisajes para los sintecho), de 1988-1991, las fotografías se transforman en el hogar de los sintecho, retratados en primer plano y detallando los objetos con los que estos marcan su territorio, sus fronteras, usando la ciudad como su hogar. Dos series que, de acuerdo con el propio Hernandez, están inspiradas por su servicio como médico en la Guerra de Vietnam.
Ruinas urbanas
Anthony Hernandez. Pictures for Rome #17, 1999
[Fotografías para Roma, nº 17]. Copia en inyección de tinta, 40 x 40 in (101,6 x 101,6 cm)
Cortesía del artista © Anthony Hernandez
Ruinas urbanas explora temas visuales interconectados a los que el autor ha vuelto repetidamente desde finales de los años noventa: paredes de ladrillo, vallas, ventanas y huecos de diversos tamaños y formas.
Escombros y formas que llenan el espacio de las imágenes, la brutalidad de la ciudad representada a través de sus edificios y construcciones. Una serie que se nutre de instantáneas tomadas durante algunos de sus viajes: Pictures for Rome (Fotografías para Roma), serie realizada en 1998-1999, es fruto del Premio de Roma, ciudad en la que se centra en las ruinas modernas para expresar el carácter relativamente desechable de la cultura contemporánea.
Oakland (2000-2001) es el resultado de la estancia de Hernandez en el Capp Street Project, y East Baltimore (2006) corresponde a su trabajo como invitado del destacado historiador y crítico de arte Michael Fried en la Johns Hopkins University.
Señales y huellas
Anthony Hernandez. Everything #77, 2002, impresión de 2016
[Todo, nº 77]. Copia en inyección de tinta, 20 x 20 in (50,8 x 50,8 cm)
Cortesía del artista © Anthony Hernandez
En un viaje al pasado y un reencuentro con su ciudad natal, en la serie Everything (Todo), de 2002, Hernandez recorre de nuevo los márgenes artificiales del río Los Ángeles, aunque esta vez lo hace convertido en adulto.
De su reflexión y retrato de la urbe mediante sus habitantes, el fotógrafo pasa a ver la ciudad como un vertedero, fotografiando la basura arrastrada por la corriente y que llena los rincones de sus calles.
En este capítulo se retoma la vuelta de Hernandez al tema de la falta de hogar: en su serie Forever (Para siempre), de 2007-2012, adopta el punto de vista de un sintecho y fotografía aquello que su morador ve al mirar hacia afuera.
Descartes
Anthony Hernandez. Discarded #50, 2014
[Descartes, nº 50]. Copia en inyección de tinta, 40 x 50 in (101,6 x 127 cm)
Cortesía del artista © Anthony Hernandez
La penúltima sección se centra en la serie Discarded (Descartes), realizada entre 2012 y 2015. Con estos trabajos, el fotógrafo se adentra en espacios abandonados y los hace protagonistas de unas imágenes que se presentan como una crítica a la crisis económica y la ola de desahucios que en 2008 sufrió su ciudad natal.
Imágenes filtradas
La exposición se cierra con Imágenes filtradas, la serie más reciente de Hernandez: Screened Pictures. El fotógrafo regresa a Los Ángeles y enfoca su cámara en los paneles de metal perforado de las paradas de autobús. Este toma el punto de vista de quienes esperan el autobús, con formas suaves y aplanando a los sujetos, que se funden con el paisaje y su entorno.
DATOS ÚTILES
Anthony Hernandez
Comisariado por Erin O' Toole, Comisaria Asociada de Fotografía; Baker Street Foundation; San Francisco Museum of Art
Producción: SFMOMA en colaboración con Fundación MAPFRE
Cuándo: Hasta el 12 de mayo
Dónde: En la Sala Fundación MAPFRE (C/ Bárbara de Braganza, 13. Madrid)
Entradas: 3 euros. Visitas guiadas: 5 euros
Bluemedia Studio para Fundación MAPFRE.