El inmenso territorio que Rusia abarcaba a principios del siglo XX se modernizó en paralelo a su representación artística. La Revolución Rusa de octubre de 1917 se fraguó en un ambiente social muy prolífico: el territorio fue, desde finales del siglo XIX, una cuna de vanguardia que situó al territorio como uno de los centros artísticos mundiales.
Esa vanguardia es la que abarca De Chagall a Malévich: el arte en revolución, que se puede visitar en la madrileña Fundación MAPFRE hasta el 5 de mayo. Más de 90 piezas y 24 publicaciones de 29 artistas que aúnan la modernidad marcada por los visionarios que abrieron camino a una nueva tendencia artística mundial.
Del territorio soviético, antes imperio ruso, salieron las propuestas más radicales y revolucionarias del arte y el diseño modernos, expuestas más tarde en galerías de Francia y Alemania. Podría decirse que la revolución se hizo desde el arte: un giro de 180 grados ante la forma de ver la realidad, un rechazo frontal contra el academicismo y, más tarde, una representación de la decepción ante un levantamiento social sin los resultados esperados.
Cuando no respetar ninguna regla se convirtió en la única regla, corrientes como el fauvismo, el expresionismo, el cubismo, el futurismo o el dadaísmo tomaron el arte. En Rusia, estas vanguardias contaban con el añadido social que dio la revolución bolchevique, y que se reflejó en un lenguaje cargado de expectativas. Se cuestionaron las convenciones estéticas en paralelo al levantamiento ante la sociedad burguesa.
Aquellos ecos de revolución se acallaron bajo el peso del stalinismo. Es en 1934 cuando comienza de forma oficial otra corriente, el realismo socialista, que condicionó toda creación artística a la exaltación y órdenes de la burocracia soviética. Es precisamente en esa década cuando finaliza el trazado de la exposición, como terminó ese movimiento crítico cuando los artistas se vieron atados ante un régimen totalitario.
Pero ¿quiénes fueron las voces de la revolución antes de que su fuego se apagara? Estas son las secciones en las que se divide la muestra.
Las secciones
Clasicismo y neoprimitivismo
La primera década del siglo XX trajo consigo un nuevo movimiento en el territorio del noreste de Europa: el neoprimitivismo, un movimiento promovido por artistas rusos, ucranianos y de ascendencia judía que combinaba el interés en las formas tradicionales del arte popular ruso y las técnicas pictóricas del posinpresionismo, que triunfaba en Francia y Alemania.
Los temas seguían desarrollándose en torno al paisaje, el desnudo o el retrato, pero se encontraban con los colores vivos del expresionismo y las superficies planas y las líneas asociadas al cubismo. El éxito de este movimiento, lanzado desde la exposición La Sota de Diamantes en 1910 en Moscú, cuenta con representantes como Natalia Goncharova, Piotr Konchalovski, Iliá Mashkov o Kazimir Malévich.
En esta sección, cobran especial importancia las obras de Malévich en dialogo con Marc Chagall, centrados en el campesinado y a los temas locales, en especial las comunidades judías en Europa del Este, respectivamente. La estética del segundo se mantuvo en los trabajos de Chagall hasta finales de esa década, y se pueden observar con especial claridad en los decorados del Teatro Judío de Moscú que él diseñó.
Marc Chagall. Autorretrato delante de la casa, 1914.
Óleo sobre cartón adherido a lienzo. Colección particular.
© VEGAP, Madrid, 2019. - Chagall
© Archives Marc et Ida Chagall, Paris
Cubofuturismo y rayonismo
Algunos de los artistas de vanguardia dentro del imperio ruso empezaron a desarrollar, en torno a 1912, un nuevo lenguaje visual que combinaba fragmentación de múltiples puntos de vista, de forma similar al cubismo francés, y un enfoque urbano propio del futurismo italiano. Fue el nacimiento de un género híbrido: el cubofuturismo, con creadoras como Liubov Popova o Nadiezhda Udaltsova a la cabeza.
De forma paralela se popularizó el rayonismo, que compartía gran parte de sus características. Su teórico más destacado, Mijaíl Lariónov, resumió este movimiento como "una fusión del cubismo, el futurismo y el orfismo". Más tarde calificaría este movimiento como liberado de formas concretas y basado en los haces de luz que emanan objetos diversos. Los temas y discursos tradicionales quedan supeditados a las cualidades de la pintura en sí misma, como el color y la textura.
Camino a la abstracción
La abstracción es, sin lugar a dudas, una de las aportaciones fundamentales de la vanguardia rusa a la historia del arte moderno. Dentro de ese contexto, se desarrollan varias vías de desarrollo: por un lado, el expresionismo, con su liberación de formas y colores; por otro, el cubismo, con una reducción geométrica de la realidad cada vez más patente. Una época en la que Chagall oscila entre las culturas francesa y rusa y Kandisnsky marca ese mismo origen ruso con la cultura expresionista alemana. Es precisamente este autor el que introdujo, como tendencia al alza, la corriente germana en su país.
Vassily Kandinsky. Nublado, 1917
Óleo sobre lienzo
© Galería Estatal Tretiakov, Moscú © Vassily Kandinsky, VEGAP, Madrid, 2019
Suprematismo
"Por suprematismo entiendo la supremacía del sentimiento puro en el arte creativo", explicó Malévich en el año 1927. "Para el suprematista, los fenómenos visuales del mundo objetivo carecen, en sí mismos, de sentido; lo significativo es el sentimiento como tal, algo totalmente distinto del entorno".
Esa definición de mano del creador del movimiento resume a la perfección el sentido de esta corriente, creada en 1913 para liberar al arte de ese "lastre" que representaba el mundo de la representación.
El resultado se plasma en obras no objetivas, con especial incidencia en la abstracción geométrica. Cuadrado negro representa precisamente eso: la pintura en su grado cero, en estado minimal, tanto en color como en elementos figurativos.
Kazimir Malévich. Cuadrado negro, c. 1923
Óleo sobre lienzo
© Museo Estatal Ruso, San Petersburgo
Constructivismo
En 1921 tuvo lugar en Moscú la muestra 5x5=25 en honor a las cinco obras de cada uno de sus participantes: Liubov Popova, Alexandr Vesnín, Alexandra Exter, Alexandr Ródchenko y Varvara Stepánova. Fue en esta época cuando los constructivistas proclamaron el rechazo a la pintura de caballete a favor de un arte de impulso colectivo, lejos de veleidades individuales.
Las nuevas formas se extendieron a ámbitos variados: muebles, vestidos, tejidos y diseños teatrales se basaron en una nueva concepción arquitectónica, como una declaración de la muerte de la pintura. El constructivismo representó, en última instancia, un reflejo del movimiento inicial de levantamiento de un nuevo modelo de estado y, por ende, de una nueva visión del mundo desde un perspectiva estrictamente visual y objetual.
La escuela de Matiushin
Mijaíl Matiushin
Movimiento en el espacio, c. 1921
Óleo sobre lienzo
© Museo Estatal Ruso, San Petersburgo
Compositor, violinista, teórico, editor, pintor y profesor de la llamada "escuela organicista" de la vanguardia rusa, Mijaíl Matiushin quería trascender la tridimensionalidad para acceder a una cuarta dimensión, algo que, según creía, solo podía conseguirse potenciando la conciencia respecto al entorno. Para ello veía necesario un artista visionario que, mediante sus capacidades perceptivas, fuese capaz de reconocer la complejidad y la simultaneidad del espacio para luego expresarlo de forma visible.
Estas teorías llevaron a la creación, por su parte y por la de sus alumnos, de diversas obras que representaban la naturaleza en dos dimensiones de forma novedosa. Aunque sus pinturas funcionan esencialmente como paisajes, poco tienen que ver con las convenciones tradicionales del género.
Hacia una nueva representación
Tras la creación de la Unión Soviética en 1922, fueron muchos los artistas que adaptaron sus obras a la nueva sociedad. A mediados de la década de 1920, por otro lado, los mandatarios del Partido Comunista apostaron por el realismo socialista, estilo concebido para ofrecer imágenes que promovieran una lectura fácil y optimista de la vida bajo el régimen. Fueron estas mismas esferas las que empezaron a condenar la creación vanguardista, tildándolas de elitistas, algo que presionó a muchos artistas a adoptar ese lenguaje realista.
Hasta ese año, la experimentación creativa siguió contando con cierto margen de actuación. Las obras de Pável Filónov y Kazimir Malévich a partir de esa década representan dos caminos paralelos a la hora de intentar conciliar el fervor de la revolución, la admiración por las tradiciones y la integridad creativa incluso cuando el ambiente social se mostraba hostil hacia su trabajo. Desarrollaron, respectivamente, las propuestas de arte analítico y supranaturalismo.
Nuevos libros para nuevos lenguajes
La última sección de la muestra en la Fundación MAPFRE se dedica al avance creativo en el campo concreto de las publicaciones. En este punto se recogen trabajos clave en el ámbito literario y editorial de poetas y artistas visuales asociados con los distintos movimientos de vanguardia que se repasan de forma previa, con especial incidencia del futurismo, el suprematismo y el constructivismo.
Los libros futuristas, muchas veces asociados a colaboraciones, son objetos que desafían las convenciones de su medio y dejan de representar publicaciones en el sentido tradicional para convertirse en objetos con distintas pretensiones, entre ellas el aspecto didáctico, programático o lúdico, pero normalmente abordados desde la autoedición o el mecenazgo cercano, normalmente amigos y familiares. Así, el artista encontraba la libertad necesaria para trabajar sin las constricciones de la censura y tomaban las riendas de su proyecto creativo sin presiones externas.
DATOS ÚTILES
De Chagall a Malévich: el arte en revolución
Comisariado por Jean-Louis Prat, presidente del Comité Marc Chagall y ex director de la Fundación Marguerite y Aimé Maeght
Exposición organizada con el Grimaldi Forum Monaco
Cuándo: Hasta el 5 de mayo
Dónde: En la Fundación MAPFRE (Paseo de Recoletos 23, 28004, Madrid)
Entradas: 3 euros. Visitas guiadas: 5 euros
Bluemedia Studio para Fundación MAPFRE.