Boldini, el trazo dinámico de la Belle Époque que cambió la pintura española

La obra del italiano Giovanni Boldini es el retrato del espíritu de una época, una producción que llega de forma monográfica por primera vez a España hasta el 12 de enero y que repasa su relación e influencia sobre los pintores nacionales del momento


 “Ni siervo, ni cortesano, ni bufón, ni ser considerado un artista loco”. Todo eso es lo que no fue, ni nunca quiso ser, Giovanni Boldini. Sus trazos, su visión vanguardista alejada de las directrices de su época y su inconfundible estilo tras el pincel le encumbraron como uno de los pintores más importantes de Montmartre. Fue su pintura y no su condición de pintor lo que acabó por definir a The Little Italian (pseudónimo con el que le bautizó la alta sociedad británica) un hombre que se construyó a sí mismo.

Desde que se instaló en París en 1871, el italiano se hizo un hueco entre los artistas más reconocidos del bohemio barrio de Montmartre, diferenciándose de sus coetáneos por mantenerse fiel a su estilo y renunciar a sumarse a la incipiente ola del impresionismo.

El retrato fue, sin duda, el formato por el que siempre se recuerda a Boldini, reconocible a simple vista por sus pinceladas rápidas que imprimen una sensación de movimiento sin llegar a competir con la serenidad y la inamovilidad de la figura protagonista.

Ese afán por alejarse de la imagen del artista típico del siglo XIX le unió en planteamientos y visión del arte a pintores españoles como Mariano Fortuny, Raimundo de Madrazo, Román Ribera, Joaquín Sorolla o Ignacio Zuloaga.

Un grupo de pintores que consiguieron integrarse en la sociedad parisina cosmopolita de su tiempo y trabajar con grandes marchantes de la época como Adolphe Goupil, responsable de encumbrar las obras en pequeño y medio formato con escenas amables que se convertirían en la delicia de la nueva clase en alza de la ciudad: la burguesía.

La amistad y la admiración que unió a los pintores españoles con el italiano se reflejó en sus obras, donde incluyó personajes vestidos con trajes folclóricos de la Península y guitarras. Junto a otros profesionales como Sargent y Whistler consiguieron crear el “retrato-icono” de la Belle Époque, al que dotaron de una sensibilidad nunca vista hasta entonces y que se mantendrá hasta el fin de la Primera Guerra Mundial.

Giovanni Boldini
Autoritratto [Autorretrato], 1892
Óleo sobre lienzo, 56 x 36 cm
Gallerie degli Uffizi, Galleria d'Arte Moderna di Palazzo Pitti, Florencia. INV. nr 3079

El espíritu de una época

Cazar y retratar el instante en el retrato fue el toque distintivo de Boldini, que perfeccionó mediante la influencia de la obra de Meissioner y Fortuny, pintores españoles residentes en París con los que mantuvo un diálogo evidente.

Desde las escenas dieciochescas de Fortuny, hasta el gusto por la pintura de género con ambientes amables y anecdóticas, el disfrute del paisaje y del vaivén de la ciudad moderna junto a la renovación por el retrato ponen en común a los pintores españoles con la del italiano.

Estos puntos de unión son los protagonistas de Boldini y la pintura española a finales del siglo XIX. El espíritu de una época, la exposición de la Fundación Mapfre que presenta la obra de Giovanni Boldini (Ferrara 1842 – París 1931) por primera vez en España de forma monográfica mientras establece un diálogo con la obra de artistas como Mariano Fortuny, Eduardo Zamacois y Raimundo Madrazo.

Compuesta por más de 120 obras y dividida en seis secciones, recorrer la muestra es lo más parecido a pasear por el espíritu de la Belle Époque, en un discurso y una distribución que acerca al público a un tiempo pasado muy presente.

Eduardo Zamacois
La visita inoportuna, c. 1868.
Óleo sobre tabla, 23 x 29,5 cm
Museo de Bellas Artes de Bilbao. INV. 69/247

La exposición recoge el momento de su llegada a París en 1871 cuando, después de haber trabajado codo a codo con los Macchiaioli en sus primeros años en Italia, Boldini se dedica a los “cuadros a la moda” tan codiciados por coleccionistas y marchantes. Estas obras, de mediano y pequeño formato, son objeto de colección por sus temáticas accesibles y sencillas.

Seducido por estos cuadros, Raimundo de Madrazo recoge el testigo de Fortuny en París y comienza a codearse con Boldini, a quien el resto de pintores españoles comienza a incluir en sus círculos. En esta época el italiano crea El mantón rojo y el catalán Román Ribera sus escenas de calle.

En la muestra se recoge el momento en el que la capital francesa comienza a desbancar a Roma como “la capital del arte”, entre 1860 y 1870. Dentro de este ambiente, los pintores españoles llegan a París con la idea de entrar en la École des Beaux-Arts para hacerse un hueco en el Salón oficial, al igual que sus maestros.

Eduardo Zamacois y Mariano Fortuny se labran un nombre con sus tableautins, pequeños cuadros preciosistas que responden al gusto de la burguesía de la época. La temática de las obras la aprendió Zamacois de Meissonier, de quien era discípulo, y combina características de la pintura flamenca y holandesa del XVII.

Ramón Casas
La parisiènne [La parisiense], c. 1990.
Óleo sobre lienzo, 55 x 46 cm
Museo de Montserrat. Donación Josep Sala Ardiz, 1980. INV. N. R. 200.389
Giovanni Boldini
Scialle rosso, [El mantón rojo], c. 1880
Óleo sobre tabla, 55,5 x 45 cm
Colección particular. Cortesía de Galleria Bottegantica, Milán

Boldini y la pintura española a finales del siglo XIX. El espíritu de una época es un reflejo de la Belle Époque, donde destacan los “retratistas mundanos” como el propio Giovanni Boldini, John Singer Sargent, James Abbott McNeill Whistler, Joaquín Sorolla e Ignacio Zuloaga, unidos por la renovación en el formato retrato.

Así, estos pintores trabajan el “retrato elegante”, dejando de lado las representaciones estereotipadas y rígidas para apostar por la libertad de trazo, introduciendo el movimiento y acercándose a la dimensión psicológica del retratado.

Ejemplo de estos nuevos retratos son La parisiense de Ramón Casas, Clotilde García del Castillo de Joaquín Sorolla, y la obra de Boldini para el pintor Whistler.

Aunque son las pinceladas rápidas, libres y dinámicas de Boldini retratando a la bailarina Cléo de Mérode, la obra que mejor representa este nuevo estilo, una modernización en un género que estaba íntimamente ligado al pasado.

El italiano consiguió aunar, junto al trabajo de sus compañeros, tradición e innovación en obras que beben del espíritu de una época mundana a la que le llegará el final junto a la Primera Guerra Mundial.

Giovanni Boldini
Cléo de Mérode, 1901
Óleo sobre lienzo, 97,8 x 81,3 cm
Colección particular

Los 'macchiaioli', reinvención del retrato (1864-70)

El Caffè Doney, en Florencia, será testigo de los primeros pasos hacia la innovación del retrato por parte de Boldini. Entre 1864 y 1870, el pintor subraya la naturalidad del modelo, superando las convenciones del pasado y afirmando su posición social.

Allí conocerá a Cristiano Banti, joven pintor del grupo de los macchiaioli, grupo de artistas que practica la pintura del vero (lo verdadero, lo real) con pinceladas ágiles y sutiles. Banti será mecenas y buen amigo de Boldini, quien trabajará desde entonces con el grupo y aprenderá a dotar a sus pinturas de frescura y nuevas tácticas para aportar expresión a las figuras retratadas. Fruto de este momento de aprendizaje es Autorretrato de Boldini y el retrato de Mary Donegani.

El general español, que retrata a Esteban José Andrés de Saravalle de Assereto, es una mezcla de estilos e influencias de Velázquez, Manet y el estilo holandés de los siglos XVII y XVIII. Además, el italiano también muestra su admiración por Mariano Fortuny en Paje jugando con un lebrel, con la figura andrógina y sugerente de quien se especula que en realidad era Alaide, hija adolescente de su buen amigo Banti.

Giovanni Boldini
Mary Donegani, 1869
Óleo sobre tabla, 40 x 25 cm
Istituto Matteucci, Viareggio
Giovanni Boldini
Il generale spagnolo [El general español], 1867
Óleo sobre liezo, 62 x 48 cm
Colección Gaetano y Pietro Marzotto

Berthe y la manera francesa (1871-79)

El cuadro “a la moda” desbancó al retrato durante casi una década en los trabajos predilectos de Boldini a su llegada a París en 1871. Es en este momento cuando Berthe entra en la vida del artista y se convierte en su modelo predilecta, además de su amante durante diez años, a la que retratará en distintos contextos urbanos.

Convertida en icono de la pequeña burguesía, Berthe reflejaba la comodidad de esta nueva clase creciente durante la Tercera República parisina con su peculiar belleza y su expresión entre picardía, sensualidad y el recato.

Es en estos cuadros de reducidas dimensiones donde los protagonistas se pasean por regios jardines (En el parque de Versalles) o interiores de lujosas estancias (El elegante o En el banco del Bois), ya sea con indumentarias del XVIII o ropajes más contemporáneos.

Berthe es la protagonista de esta última obra, quien juega un doble papel al estar sentada en un banco con su belleza delicada y frágil, pero que rompe al gesticular con la boca entreabierta, dejando entrever un romance con el pintor y una falsa inocencia difícil de ignorar.

Giovanni Boldini
Sulla pachina al Bois, [En el banco del Bois], 1872
óleo sobre tabla, 46 x 34 cm
Colección particular

Boldini aborda el cuadro de género de carácter exótico, donde «lo español» forma parte de ese exotismo, tal y como se aprecia en Pareja en traje español con papagayos o en Indolencia.

Y de España, Boldini pasa a la capital gala en Place Clichy, donde retrata la plaza parisina con una nueva dimensión de 'fresco' de la vida moderna. Una obra que se relaciona con Conversación en el café, donde dos señoras (Berthe y la condesa Gabrielle de Rasty) van elegantemente ataviadas en tonos grises y negros, una escena que aleja al italiano de su primer periodo pictórico y dan pie a su incipiente evolución.

Giovanni Boldini
Coppia in abito spagnolo con pappagalli [Pareja en traje español con papagayos], c. 1873
Óleo sobre tabla, 26 x 35 cm
Colección Banca Carige, Génova

Testigo y autor de la vida moderna (1880-90)

La nueva visión de la realidad de 1870 se fragua gracias a su nueva relación con artistas más jóvenes como Paul César Helleu, John Singer Sargen o Jacques-Émile Blanche, junto al español Joaquín Sorolla.

Desde comienzos de la década de 1880, Boldini retrata la ciudad de París en todo su esplendor: plazas y calles, el gentío y el tránsito de los carruajes y un estilo propio desarrollado y consolidado en obras como Regreso del mercado.

A partir de este momento, el pintor comienza a hacer del color un sello de identidad en sus figuras femeninas, con distintos perfiles de la sociedad parisina de la época. Su nueva visión se desarrolla en paralelo a la de otros artistas españoles afincados en París como Raimundo de Madrazo y sus retratos de Aline Masson o las escenas cotidianas de Ramón Ribera.

El reconocimiento y la consolidación de este estilo llegarán en 1882, con su participación en la parisina galería Georges Petit, en la primera exposición de la Société Internationale de Peintres et Sculptures, de la que forma parte junto a Román Ribera, John Singer Sargent, Rogelio de Egusquiza o Julius LeBlanc Stewart.

Cuatro años después, Boldini se instala en el domicilio de Sargent en el Boulevard Berthier, hogar donde realizará los primeros retratos de la condesa Gabrielle de Rasty y las hermanas Concha de Ossa, definidas como el ejemplo de “femineidad suprema, irresistible, arrebatadora y al mismo tiempo ingenuamente correcta y púdica, de la auténtica señora, de la gran dama”.

Raimundo de Madrazo
Retrato de Aline Masson, c. 1870
Óleo sobre lienzo, 47 x 40 cm
Colección particular

Retratista de la Belle Époque (1880-90)

Giovanni Boldini
James Abbott McNeill Whistler, 1897
Óleo sobre lienzo, 170,8 x 94,6 cm
Brooklyn Museum, Nueva York. Donación de A. Augustus Healy. INV. 09.849

El regreso de John Singer Sargent a su lugar de origen, los Estados Unidos, puso en el mapa la “manera francesa” del maestro Boldini, es decir, el nuevo refinamiento de la retratística europea.

Por eso, cuando el italiano desembarcó en Nueva York para exponer en la filial de la galería francesa Boussoud et Valadon, en la Quinta Avenida, ya contaba con un renombre y con el favor del público.

Un dandi cosmopolita, vestido con un elegante traje de etiqueta oscuro y una chistera. Así ve Boldini a un ya maduro James Abbott McNeil Whistler, quien, a pesar de aparecer sentado, las dinámicas pinceladas del italiano le confieren un movimiento que le resalta sobre el resto de la multitud.

Con una postura análoga retrata a Madame Veil-Picard, con el codo apoyado sobre el respaldo de una chaise loungue sujetándose la cabeza, luciendo un vestido de seda negra y brillante que aporta cierta sensualidad a la imagen, en contraste con su “mirada de golondrina”.

Los trazos ágiles de Boldini no solo se centran en los retratos, sino que también se ve en las escenas de naturalezas muertas y en estudios de manos femeninas, como en Pensamientos o Los rincones del taller.

En la donada Autorretrato, de Montorsoli, a la Gallerie degli Uffizi en 1892, el pintor embellece los rasgos del personaje y le confiere un aura que recuerda a Velázquez, con una fisionomía orgullosa similar a la española.

El pincel dinámico de Boldini y los artistas españoles

La influencia de Boldini a finales de siglo

Durante la segunda mitad del siglo XIX, se incrementaron las pinturas costumbristas, con escenas ambientadas en los siglos XVII y XVIII (Ensueño durante el baile, de Egusquiza), las de carácter popular y anecdótico (Zamacois con Regreso al convento y Bufón sentado) o de divertimento (Salida del baile de Máscaras de Madrazo y La salida del baile, de Román Ribera).

Mariano Fortuny
La elección de la modelo, 1868-1874
Óleo sobre tabla, 53,3 x 82,6 cm
National Gallery of Art, Washington, Corcoran Collection (William A. Clark Collection). INV. 2015.143.12

También proliferan los paisajes y las escenas al aire libre, como Playa de Portici de Fortuny, una de las últimas obras que realizó antes de su fallecimiento y en el que se sintió realmente libre para plasmar “un resumen de su verano” muy cercano a los macchiaioli.

Mariano Fortuny
Playa de Portici, 1874
Óleo sobre lienzo, 69 x 130 cm
Meadows Museum, SMU, Dallas. INV. MM.2017.03

Los artistas españoles

La sensualidad se palpa, ya sea más o menos explícita, en los nuevos retratos que realizan artistas como Sorolla. Con el desnudo de Bacante en reposo, explora la libertad de dibujar el cuerpo humano influido por Mariano Fortuny; o con Desnudo de mujer, donde se evidencia la corporeidad y la intimidad de una mujer, sin adjetivos, donde el público deja de ser voyeur y la mujer pasa a ser compañera, no objeto de deseo.

En el retrato también sufre un cambio la imagen que los artistas otorgan a las distintas clases sociales, con énfasis en la clase burguesa dominante. Estas obras reflejan la idea de que cualquiera puede ascender socialmente si lo desea, en un viaje al que le acompañarán la ciudad y sus habitantes.

A estas escenas responden la imagen de María, hija de Joaquín Sorolla, paseando en un jardín de La Granja de Segovia; o la moderna doña Adela de Quintana Moreno pintada por Ignacio Zuloaga elegantemente vestida; Cléo de Mérode de Manuel Benedito y La parisiense de Ramón Casa, entre otros.

Joaquín Sorolla
María mirando los peces, 1907
Óleo sobre lienzo, 81 x 105,5 cm
Colección particular

DATOS ÚTILES

Boldini y la pintura española a finales del siglo XIX. El espíritu de una época

 

Comisariado por Francesca Dini y Leyre Bozal Chamorro

Producción: Fundación MAPFRE

 

Cuándo: Hasta el 12 de enero

 

Dónde: En Sala Fundación MAPFRE Recoletos (Paseo de Recoletos, 23. Madrid)

 

Entradas: 3 euros. Visitas guiadas: 5 euros

Bluemedia Studio para Fundación MAPFRE