Seis de la mañana. La ciudad se despereza lentamente, se suben persianas, las farolas se apagan para ser sustituidas por la luz natural del amanecer y las calles se llenan de gente que se dirige al trabajo entre bostezos. A sus pies, otra vida transcurre en paralelo y con la normalidad diaria de un servicio que lleva en funcionamiento un siglo. Líneas, andenes, vagones, tornos… sus elementos han pasado a formar parte de la historia de los madrileños y son una de las señas de identidad de la capital española: el Metro de Madrid. Inaugurado el 17 de octubre de 1919, 100 años después, 626 millones de viajeros al año utilizan este medio de transporte que se ha convertido en la forma más rápida y sostenible de moverse por la Comunidad.
Carlos Mendoza, Antonio González Echarte y Miguel Otamendi son los tres ingenieros fundadores del Metro, un sueño que lograron hacer realidad con el que buscaban colocar a Madrid como una de los metrópolis más punteras de Europa. Su carisma y la viabilidad del proyecto les bastaron para convencer al monarca Alfonso XIII, quien decidió aportar financiación de su propio bolsillo. 100 años después, rendimos homenaje a la memoria del metropolitano con un recorrido por el Madrid de principios de siglo visitando peluquerías, museos y tiendas de instrumentos con tiempo para una degustación del chocolate con churros. Lugares que forman parte de la historia de la capital y que encuentran conexión con algunas de estaciones más importantes del suburbano, las cuales nos descubren dos de los protagonistas de la compañía de transportes: Luis María González, actual responsable de Andén 0, y Javier Otamendi, sobrino nieto de uno de los creadores del metropolitano.
Javier Otamendi
Javier Otamendi luce una sonrisa permanente en la cara mientras habla con el orgullo de sentir y saber que el metropolitano circula por su árbol genealógico. Sobrino nieto de Miguel Otamendi, uno de los tres ingenieros fundadores, ha continuado con una tradición familiar sin precedentes. Ya jubilado, formó parte de la plantilla de la compañía durante 46 años, los últimos ejerciendo como subdirector de Relaciones Institucionales.
“Metro ha sido toda mi vida, en casa no oímos nunca hablar de otra cosa”, confiesa quien siempre tuvo claro que quería seguir el ejemplo de su tío abuelo y su padre, primer consejero delegado que tuvo la compañía. “Nunca lo dudé. Terminé mi carrera de Derecho y entré a trabajar en la asesoría jurídica”.
A Javier se le iluminan los ojos contando su propia historia en la boca de Ópera, una de las estaciones más importantes de la capital, situada a los pies de la institución musical y a escasos metros de la Puerta del Sol, el lugar donde comenzó todo. “El tío Miguel y los otros dos fundadores se preguntaban por qué Madrid, que ya empezaba a tener problemas de tráfico, no podía tener un transporte metropolitano como París, Londres o Berlín”, comienza narrando Javier.
El trío de ingenieros comprobó durante sus viajes por Europa y al otro lado del charco la magia del transporte subterráneo, una obra que querían trasladar a la capital española para ponerla a la altura de las ciudades vecinas. Con la renovación como bandera, Mendoza, Echarte y Otamendi presentaron un proyecto de red de metro de 154 km compuesto por cuatro líneas, un ambicioso impulso para Madrid que, a su vez, necesitaba una elevada financiación y la consecuente aprobación de las instituciones públicas. “Cuando éramos pequeños, mi tío siempre nos contaba cuando fue a ver al rey Alfonso XIII para explicarle el plan. Lo dejó tan ensimismado escuchándole que su ayudante fue en varias ocasiones a advertirle de que la familia real le esperaba para comer”, una persuasión que logró su objetivo final y una ayuda extra, ya que el consorte se ofreció a poner dinero “de su pecurio”, recalca. A la mañana siguiente, Miguel se presentó en la oficina frente a sus dos socios y les dijo: “El rey nos apoya. Madrid tendrá su Metro”, cuenta con satisfacción Javier.
El 17 de octubre de 1919, los ingenieros veían cumplido su sueño y se inauguraba el Ferrocarril Metropolitano de Madrid, un evento al que asistió el monarca y que dio lugar a uno de los primeros ejercicios de Photoshop. Ese día se hicieron dos fotografías, una en la que no aparecía Antonio González Echarte y otra en la que el monarca tenía los ojos cerrados. Como solución, se retocó la instantánea y se recortaron los ojos abiertos del ayudante del rey, que pasaron aser los del propio monarca.
Aquel primer trayecto en la Línea Norte-Sur unía Cuatro Caminos y Sol a lo largo de ocho estaciones que recorría 3,48 km en diez minutos. Hoy, la red de Metro de Madrid se extiende por 294 km y está a punto de inaugurar su estación número 302. Aunque hay cosas que no han cambiado, por muchas transformaciones que se hayan producido en la superficie: los trenes continúan llegando por la izquierda, el mismo sentido en el que lo hacían los coches hasta 1924, momento en el que se cambió la circulación, pero no así el suburbano. Además, el metropolitano fue pionero en la inserción laboral de la mujer, contratándolas como taquilleras de sus instalaciones, puesto que abandonaban una vez casadas siguiendo las tradiciones de la época por una norma que estuvo vigente hasta 1984.
Con la vista puesta en otro siglo llegamos paseando a la Chocolatería San Ginés, local mítico por sus churros con chocolate y por ser uno de los primeros establecimientos que permanecían abiertos a todas horas, todos los días del año. Javier echa la vista atrás a sus descansos en las noches de estudio, cuando se escapaba con sus amigos para tomar algo caliente en este rincón de un pequeño callejón, alejado del bullicio de la calle Arenal. Este negocio centenario, abierto desde 1894, es un emblema de la ciudad, recogido en la obra de Valle-Inclán Luces de Bohemia y los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós.
De vuelta al Metro, cogemos la Línea 2, espina dorsal del centro de la ciudad que nos lleva a Sol. Mientras, Javier recuerda a su tío como “una persona fantástica, un sabio despistado” que tuvo una relación de amistad con sus socios, vínculo que él mismo ha mantenido con las terceras y cuartas generaciones de los ingenieros fundadores. Si pudieran ver su obra hoy, asegura que “estarían superencantados de que aquel inicio del tren en miniatura se haya convertido en lo que es ahora”. Se abren las puertas del vagón y bajamos al andén. Subimos las escaleras por la entrada a la Puerta del Sol, donde nos recibe la estatua del Oso y el Madroño y continuamos por la calle de la Paz hasta nuestra siguiente parada: Guitarras Ramírez.
Paul McCartney, Leonard Cohen, Paco de Lucía y Marc Knopfler son algunos de los nombres que han confiado en este negocio centenario para escoger sus instrumentos. Fundado en 1882 por Francisco González, este taller se mantiene vivo gracias a las cuartas y quintas generaciones de la familia, quienes trabajan por seguir potenciando el sello de calidad de sus productos: guitarras, bandurrias, cajones y laudes. “Mi primera guitarra la compré aquí, cuando tenía 8 o 9 años, me acuerdo perfectamente”, rememora Javier nada más poner un pie en la tienda. Emocionado, no duda en hacerse con una y posar para la cámara. De nuevo la sonrisa de Javier llena la sala, un gesto que no ha abandonado la cara de nuestro guía durante todo el recorrido y con el que nos despide.
Luis María González
De la céntrica Sol pasamos por la Línea 1 a Tirso de Molina, una parada que guarda numerosos misterios entre sus túneles, secretos que se encarga de desentrañar con pasión Luis María González, la misma que ha dedicado a su trabajo durante más de tres décadas de su vida. Administrativo, auxiliar técnico, jefe de estación… Luis ha desempeñado oficios de todo tipo entre estaciones y actualmente es el responsable de Andén 0, nombre bajo el que se engloban los museos que recogen los secretos que el Metro guarda bajo tierra, una tarea que vive con un entusiasmo contagioso. Con él, pasamos por una peluquería centenaria y una de las mejores pinacotecas del mundo.
Este madrileño llega a nuestra cita con varios tesoros entre las manos, los cuales va sacando con sumo cuidado: tres instantáneas de carné que retratan su paso por el Metro de Madrid, dos distintivos en los que se leen su nombre y el cargo que desempeñó en su tiempo y una trompetilla. Esta última, explica, se usaba antiguamente por los agentes del metropolitano para advertir a los trenes de que podían rebasar las señales amarillas y rojas de prohibición de paso, aunque ahora ha quedado obsoleta.
La relación de Luis con el suburbano comenzó por pura casualidad: “Un compañero me avisó de que habían salido plazas para entrar a Metro, entonces pagué las 10 ptas. de la licencia en las estaciones de ferrocarriles, presenté la solicitud y aprobé el examen para el que había 200 plazas; nos presentamos 12.000 personas”. Él fue uno de los pocos aspirantes que lograron adentrarse en ese universo subterráneo, un puesto que en un principio le dio la estabilidad económica que buscaba y que ahora, después de 35 años, ha dejado de ser un mero trabajo para convertirse en su afición.
Criado en Valdetorres del Jarama, una localidad madrileña de pocos habitantes, de sus viajes a la gran ciudad recuerda su primera experiencia en el Metro, a los tres años. Ese miedo al primer contacto con el que sería el trabajo de su vida también le despertó la curiosidad propia de un niño que aún no estaba acostumbrado al tráfico de los coches pero que podía seguir recorriendo la metrópoli bajo tierra “a una velocidad tremenda”.
La articulación subterránea de la ciudad propició la aparición y el mantenimiento de negocios como la Peluquería Vallejo, que se nutría de los regueros de viajeros que se bajaban en las estaciones principales. Fundada por Basilio Vallejo Abad en 1908, el comercio mantiene actualmente intacto su local de la calle Santa Isabel gracias a que ha ido pasando de generación en generación. Hoy es imposible no fijarse en su fachada de azulejos originales de 1900 pintados a mano en Talavera, sus sillones y otros utensilios de la época, guardados detrás de unas vitrinas a modo de modesto museo. Ramón y Cajal y Gregorio Marañón fueron algunos de los célebres clientes que pusieron sus cabellos a manos de la familia Vallejo, relata Elena, nieta de Basilio y una de las primeras mujeres barberas de Madrid. Su localización, frente al cine Doré, muy cercano a las paradas de Atocha y a Antón Martín, ha hecho que la historia de esta peluquería centenaria se desarrollase en paralelo a la del suburbano.
El negocio de los Vallejo queda a un corto paseo de Tirso de Molina, la estación más fría de todo el metropolitano por estar “rodeada de nichos”. Tal y como cuenta Luis, el triángulo de esta plaza lo ocupó el convento de la Merced, un lugar donde vivieron cientos de religiosos, entre los que se encontraba el fray que da nombre a esta parada. En 1836 el edificio fue derribado con la desamortización de Mendizábal y unos años más tarde, con las obras del metropolitano ya comenzadas, en los túneles se hallaron más de 200 restos humanos. Almacenados en unas lápidas destrozadas, las autoridades decidieron dejar los cuerpos donde estaban. Finalmente, la estación se inauguró en 1921 y tras sus andenes descansan aún hoy estas losas.
Antes de renombrase como Tirso de Molina, la plaza se bautizó bajo el nombre “Del Progreso”, un título que entre risas Luis rememora como tira cómica en un periódico de la época: “Un señor le dice al empleado del Metro ‘esto es civilización, esto es progreso’, a lo que el trabajador le responde ‘no, esto es Tirso de Molina’”. Lejos de las anécdotas tétricas y del toque de humor, esta histórica estación también sirvió de refugio para los madrileños durante la Guerra Civil, además de usarse como almacén de polvorín y taller bélico.
Situada en la Línea 1, nos subimos con Luis al vagón para llegar hasta la Línea 2 haciendo transbordo en la céntrica Sol. Nuestra próxima parada es Banco de España, cuyas salidas se disponen a ambos lados del final de la Gran Vía, frente al actual edifico del Ayuntamiento de Madrid y la fuente de la Cibeles. Nuestro guía señala que en un principio la estación estaba comunicada con la Plaza de Colón mediante un camino subterráneo que corría en paralelo al Paseo de Recoletos. “Hemos encontrado carteles de madera con las letras pintadas indicando por dónde había que moverse por el pasillo”, confiesa con gran ilusión, “en breve los expondremos en los museos”.
Para Luis y el resto de trabajadores de Andén 0, el centenario del metropolitano supone “sacar a la luz un trabajo que llevamos haciendo desde 2010 para que todo el mundo pueda contemplar una serie de elementos que cuentan de una forma amena la historia del Metro en su primer 100 cumpleaños”. La Nave de Motores, la estación fantasma de Chamberí, los Caños del Peral, el yacimiento arqueológico de carpetana y el vestíbulo de Pacífico son los tesoros que la compañía de transportes conserva y acerca al público con exposiciones y visitas guiadas, un trozo de la vida que discurre bajo la ciudad.
Entre confesiones y una caminata por el Paseo del Prado llegamos al Museo Nacional del Prado, espacio que también está de celebración. Esta institución abrió sus puertas hace 200 años con 311 pinturas de la Colección Real colgadas en sus muros, un humilde comienzo para la que hoy es una de las mejores pinacotecas del mundo y a la que también se puede visitar con un viaje en el Metro.
Lugares centenarios, oficinas, céntricas plazas, parques, hogares… el metropolitano de la capital española lleva un siglo conectando a los madrileños con su ciudad, la misma que vertebra bajo tierra por todos sus recovecos. Una historia de la que forman parte Luis, Javier y el resto de empleados de Metro. Una compañía que forma parte de la historia de Madrid.
Un especial de BLUEMEDIA STUDIO para Metro de Madrid realizado por: María Toro (textos y entrevistas), Elena Buenavista (fotografía), Sol García (diseño y gráficos) y vídeo Natalia Martín (Global Studio). Proyecto: Fedra Valderrey.